ANDRÉS TRAPIELLO: Las Armas y Las Letras (Destino, 2010)

Una obra de referencia. Un manual de consulta para conocer a los escritores e intelectuales marcados por los límites que van del 18 de julio de 1936 al 1 de abril de 1939; para saber más de aquella Guerra Civil que tanto sigue dando de qué discutir. «Creo que es mejor  no hablar de estas cosas, aunque quizás sea peor el olvidarlas», una de las citas (ésta de Lorenzo Villalonga) tan pertinentes recogidas aquí, en este interesantísimo libro.

Siendo de la partida de que todo lo que concierne a un escritor y a su vida ayuda a comprender mucho mejor su obra, el escritor Andrés Trapiello se marcó así (en 1994, con un par ya de ediciones posteriores revisadas) este tratado de armas y letras tan fructífero para evitar caer en el blanco y negro de aquel periodo. Tan necesario y agradecido para los deseosos de mente abierta.

Y tanto, pues esta es la obra que motivó la recuperación del gran Chaves Nogales, olvidado durante cincuenta años y desde entonces, por culpa de Las armas y las letras, tenido en grandísima estima y leído con fruición por tantos lectores. Damos fe.

Haciendo el camino al revés, por el Chaves Nogales de A sangre y fuego busqué esta obra, y bien que me alegro de haber descubierto a este escritor, Andrés Trapiello, por cuya manera de relatar (me da que quiere ser consecuente con su apoyo -al repasar el centenar de escritores- a esa tesis aplicada al estilo literario que dice: «La naturalidad (y su aliada la ironía) acaba siendo mucho más eficaz que el patetismo y la gesticulación») ya deseo leer alguna de sus numerosas novelas. Y a un paso estoy de desestimar la precaución antes de vérmelas con ese diario suyo del que lleva publicadas… ¿cuántas, diecisiete entregas?

Otra de las enseñanzas que uno aprende con esta obra es su idea de que «la literatura no estuvo casi nunca a la altura del momento histórico, porque casi nada ni nadie lo estuvieron tampoco.» Y así sabremos de escritores que ganaron la guerra y perdieron la literatura, como otros perdieron la primera y ganaron la segunda; pero también de aquellos que perdieron ambas y hasta de algunos que las ganaron. Porque Trapiello, haciendo gala de esa mirada veraz de prejuicios fuera, nos da una buena lección a nosotros, temerosos «bienpensantes» que dábamos por bueno ese pegote de justicia tan mal mezclado por el que se les quitaban los méritos literarios a los escritores alineados con el bando fascista y se les daba a todos los de la izquierda perdedora.

Y es que, si en el bando nacional los consabidos artículos y poemas de exaltación patriótica fueron norma para sus escritores, la retórica también era la misma en los de izquierdas, allanando diferencias… Aunque no así sus vidas: «De algunos escritores quedan sus obras, de otros sus vidas o sus muertes, pero solo de unos pocos nos sobrecoge el testimonio de su obra, de su vida y de su muerte: Federico garcía Lorca, Antonio Machado y Miguel Hernández.» Y todo (obra, vida y muerte) tan bien narrado aquí por Trapiello.

No es extraño que se diga que esta es una obra que se lee como una novela, pues está llena de apasionantes relatos como los de estos grandes escritores. Especialmente las páginas dedicadas a Miguel Hernández, aquel que «prefirió jugarse la vida en las trincheras como soldado a medrar en la retaguardia como poeta.»

Junto a ellos, salen de esta obra otros vencedores de altura como Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno («un solitario», ejemplo de quien no se casa con nadie: impresionante el episodio de su discurso en la universidad de Salamanca ante las autoridades militares que motivaron aquel altercado con el terrorífico fantoche de Millán Astray), o esas tres apuestas personales del autor: una, la de Chaves Nogales, ya ganada; las otras son la del diplomático chileno Carlos Morla Fynch y sus diarios de guerra, y la de la escritora Clara Campoamor, con su libro La revolución española vista por una republicana. Trapiello dará por buenas las sucesivas ediciones de Las armas y las letras si consiguen atraer la atención sobre ellos de igual modo a como la primera sirvió para descubrir al gran escritor y periodista sevillano.

Creo que la editorial Renacimiento tiene a los tres en catálogo. Toma ya.

Más vencedores para la literatura: aquellos que «no eran propiamente escritores antes de la guerra, y sin embargo escribieron sobre ella libros que no tienen nada que envidiar a los de novelistas y poetas consagrados.» Autores como Enrique Castro Delgado, que fue comandante de aquel famoso Quinto Regimiento y que dejó unas, al parecer, apasionantes memorias (apuntemos entonces Mi fe se perdió en Moscú) o Joaquín Maurín, con su libro En las prisiones de Franco. «Hicieron bueno aquel dicho cervantino de que lo que se sabe sentir, se sabe decir.»

Realmente, los que salen ganando somos los lectores que nos acercamos a este fascinante recorrido que nos trae Las armas y las letras, desde ya obra de consulta alborozadamente subrayada aquí y allá.

Cómo no nos iba a llamar la atención las pinceladas puestas a favor de personas del drama como Mauro Bajatierra, aquel panadero anarquista que repartía caramelos por las trincheras y que esperó en su casa, pistola en mano, a los soldados fascistas que entraron en Madrid. Escritores, en fin, que podrían pasar por personajes pintorescos de novela, «pero capaces de amargarle la vida al que se cruzase con ellos.»

Y quién me iba a decir que llegaría a apuntar como futuribles a escritores como Agustín de Foxá o Rafael Sánchez Mazas. Sí, desde la distancia -y con anteojeras- uno huele a pólvora y el estómago se queja al saber de escritores falangistas, personas para las que «romántico» y «antidemócrata» eran la misma cosa; ilustrados de derechas que pasan como ejemplos de «españoritismo»… Pero cómo de bien lo hará Trapiello para convencernos de que dejemos de lado sus escritos políticos (su «literatura de munición») y vayamos a buscar su valiosa poesía y estupendas novelas, cuando las haya, si es que se está de veras interesado en la literatura.

Y si también se valora, como lo hace el autor, la posición vital de cada uno de ellos, Las armas y las letras ofrece buenos ejemplos de altura y de bajeza moral. No salen muy bien parados Alberti (¿cómo alguien puede decir que los de aquella guerra «fueron los mejores años de nuestras vidas«?, Neruda (tejemanejes de narcisista) o Cela: impresionante también su carta en la que se ofrece como delator a las policía franquista; todo un «monumento a la vileza» que Trapiello reproduce entero.

Otro por debajo de su obra es Ortega y Gasset. Y uno que va a sorprenderme por desgracia va a ser Pérez de Ayala, cuyo A.M.D.G. siempre he tenido en alta estima (no se puede decir de todos los libros que nos mandan leer en el instituto, ¿eh?).

Pero quedan, sobre todo, esas ganas por seguir conociendo más la vida y la obra de buena parte de este centenar de protagonistas. ¡Qué antológica sería una selección de esos relatos sobre la guerra, apenas anunciados aquí por el autor, y que «ponen los pelos de punta a las mismas escarpias.» ¡Eso es dejarnos con la miel en los labios, señor Trapiello! Claro que él pensará que el verdadero interesado haga lo que él, que tanto ha tirado de rastro y de librerías de viejo para confeccionar esta -¿se ha dicho ya?- apasionante obra.

Obra profusamente ilustrada con muy pertinente material de archivo, que supongo lucirá mucho mejor en la edición cara de Destino. Yo tengo la normal de Austral y, aún todo en blanco y negro, supone una estupendísima memorabilia que Trapiello ha ido añadiendo con cada edición. Quien se pase por su blog tendrá más fotos relevantes, de esas que tanto dicen sobre una época. Como ésta de una salón de baile -«Debería figurar en una próxima edición de Las armas y las letras», señala- que parece presagiar la deriva final de la República:

Bailan, como en un carnaval solanesco, hombres con mujeres, hombres con hombres, tronados solos. El rostro de la muerte asoma, más que en sus risas, en esas gorras militares caídas a un lado o hacia atrás indisciplinadas, con descuido.

He descubierto en Andrés Trapiello a uno de esos entendidos que terminan por transmitir su pasión -en este caso la literatura- sin esfuerzo, sin siquiera pretenderlo, a quienes se acercan a ellos. Y así acabamos, contagiados de interés hasta por esos «fantasmas del castillo de la literatura» que esta obra abre, como dice, a turistas y curiosos.

Él apuesta, en literatura, por la naturalidad, «sin solos de flauta ni flatulencias». Así hace que nos interesemos por las memorias de Corpus Barga (Los pasos contados); por la crónica del chileno Joaquín Edwards Bello («Por paradójico que ello parezca, la guerra actual nos presenta el caso que sigue: donde llegan los revoltosos hay orden; donde los lelales dominan hay desorden»); por la novela Incierta gloria, de Joan Sales; o Miss Giacomini, de Miguel Villalonga; o Meditaciones en el desierto, de Gaziel.

De estos y otros muchos escritores e intelectuales sacamos lecciones en forma de citas subrayadas a retener. O mejor dicho, de la sabia elección de Trapiello para querer compartir con el lector hechos reseñables, frases definitivas que iluminan: «Las guerras civiles duran cien años» (Gregorio Marañón); la «estetización de la política» por el fascismo y la «politización de la estética», hecha por el comunismo (Walter Benjamin); «No hay más que una causa: la del hombre. Y, por ahora, la de la miseria del hombre.» (León Felipe).

¿Y esa nota que la mujer de Ramón J. Sender dejó a su marido la noche en que la asesinaron los falangistas en un cementerio? Quiso confesarse, pero le negaron un cura por no estar casada por la Iglesia:

No perdones a mis asesinos, que me han robado a Andresina [su hija], ni a Miguel Sevilla [su cuñado], que es el culpable de haberme denunciado. No lo siento por mí, porque muero por ti. Pero ¿qué será de los niños? Ahora son tuyos. Siempre te quise.

O aquella carta del escritor Manuel Brunet, perseguido por conservador:

Perdona el retraso. He tenido que ocuparme de varios asuntos urgentes, entre ellos el de un rojillo condenado a muerte. He podido salvarle con pruebas documentadas de su inocencia. Conste que ni lo conocía. Estoy muy contento de la buena obra realizada. Los rojos querían matarme. Me he vengado, salvando la vida de un inocente.

Manual de las letras y manual de las armas. Una obra que ayuda a aclarar la perspectiva sobre aquellos acontecimientos: ahí están los comienzos de los capítulos 1, 8 y 12, por ejemplo.

Y al final de todo, o al principio, el reconocimiento para aquellos genuinos representantes de esa tercera España, defensora de la República, aprisionada por los extremismos de signo contrario que nunca fueron «a favor del hombre, sino contra la persona, como en la Prehistoria.» Es la tesis general del libro: que aquella no fue una guerra entre dos Españas, sino la determinación de dos Españas minoritarias y extremas para terminar con la mayoritaria tercera España tolerante. La de la decencia, como la llamó Machado.

En medio de la confusión, ante esa lluvia de sangre y fuego, hubo héroes que supieron verlo claro: Chaves Nogales; Campoamor; aquellos relacionados con la Institución Libre de Enseñanza, como José Castillejo (tan a favor de una España tolerante que naciera desde las escuelas) o Alberto Jiménez Fraud; Gaziel («Yo creo mucho en los hechos, un poco en los hombres y nada en las palabras»); Salvador de Madariaga; Sánchez Albornoz, el editor Josep Vergés

Hombres (como señala a propósito de Marià Manent) «con la finura de un inglés y la sabiduría de un chino. O sea: con muy poco porvenir entre nosotros.»

Y como prueba, la aclaración que ha tenido que hacer el autor en el prólogo a esta edición, defendiéndose de la acusación de ser equidistante con respecto a los dos bandos.

La utopía de vivir «en un país sin curas, sin moscas y sin carabineros», que decía Baroja.

2 respuestas to “ANDRÉS TRAPIELLO: Las Armas y Las Letras (Destino, 2010)”

  1. Manuel Barbero barbero Says:

    Muy buen análisis si está escrito desde la limpia objetividad subjetiva.

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